Tradiciones encontradas: el Museo Jesuítico celebró por cuarto año a la Madre Tierra

20/08/2019 | AMBIENTE |

En el parque del Museo Jesuítico Nacional de Jesús María se realizó por cuarto año consecutivo la ceremonia de agradecimiento a la Pachamama heredada de nuestros pueblos originarios.

Por: Natalio Berezin 

El día invita. Es domingo. Lunes, feriado. El sol en lo alto, pocas nubes. Una brisa fresca agita las hojas, 17 grados. Son cerca de las 15:00. Me adentro en el Museo Jesuítico que se presenta imponente con sus muros de piedra. Los guardias indican que la ceremonia “es por donde está esa gente”, y señalan un grupo de personas aunadas bajo árboles antiquísimos. El jardín del museo es amplio, surcado por un pequeño arroyo. La mirada se explaya y descansa en el verdor del césped y las copas de los árboles.

El lugar ya está preparado. Una cavidad en la tierra ahuecada con cuidado. Las ofrendas dispuestas en un semicírculo que confluyen en una manta presta para hincarse y agradecer a la madre tierra. Hay vino, infusiones, flores, frutas, hortalizas, inciensos, objetos. Todos parecen habitar el lugar que les corresponde, algunos en cuencos, otros simplemente recostados sobre el suelo.

Dos o tres personas vienen y van, realizan los preparativos. No hay impaciencia ni apuro. Se percibe convicción. La tranquilidad de aquél que hace a la vez lo que debe y lo que siente.

Santiago se acerca a los montoncitos de gente desperdigados por ahí. “En un ratito empezamos con la ceremonia. Si se quieren acercar, son bienvenidos”, dice en tono afable, sincero.

Comienzan a acercarse seres. De a poco. Mujeres en su mayoría, algunas acompañadas con niños. 

Aylen invita a la ronda que se forma a unos cuantos metros del altar. Explica, instruye, “no soy chamana”, aclara sabiendo que no hay nada que aclarar. Lo hace desde adentro. Habla de las bondades de las hierbas amargas, que se llevan aquello que queremos soltar. También de las dulces, que atraen lo que deseamos.

Los cuencos con las hierbas encendidas deambulan y ahuman las plegarias, deseos y pensamientos de los presentes. “Somos muchos, podemos ir presentándonos mientras los cuencos dan vuelta la ronda”.

Los rostros dicen lo que las palabras confirman. No hay representantes directos de los pueblos originarios. La ceremonia transcurre desde hace 4 años en el mismo lugar donde hace no tanto habitaban esclavos. No es poco. El gesto tiene una carga simbólica potente. Resignificar. Purificar. ¿Desde dónde? Desde donde se puede. Desde la certeza de que hay ciertos pasados en que no queremos abrevar. Desde la convicción que nuestra relación con nuestro entorno no puede seguir siendo la depredación. En ningún momento sobrevuela la sospecha de una apropiación cultural. Más bien un mensaje de concordia, de respeto, de acompañamiento, de comunión en su sentido estricto.

Finaliza la ronda, el grupo se acerca al altar. 16:15, se fue sumando gente. Curiosos, sacan fotos, recortan el pedacito que les gusta. Aylen nuevamente explica, pausada, atenta, mira a los ojos, enciende palo santo. Los presentes escuchan, asienten, acompañan. Invita a depositar las ofrendas, “hagamos una fila, de a dos”. Los niños pasan primero, siempre los niños primero. Se acuclillan, brindan sus agradecimientos, sus plegarias, sus pensamientos. 

Quién sabe, quizás mañana sea distinto. 


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